martes, 30 de julio de 2013

Ultra Trail Sobrarbe 2013


Correr en la montaña. Quizá sea algo así como el gusto por tornarse etéreo, por difuminarse entre los pliegues de valles y cumbres, no para dejar de existir, si no para ante nuestros ojos hacerlo junto a la naturaleza de una forma más preclara, conformando así un único contorno ante la perenne estanqueidad del horizonte... lienzo de brillos y tonos zigzagueantes siempre en permanente escapada.
Abrazar el carácter efímero de nuestra vida a aquellos hitos que nos hacen seguir la marcha y evitar que nos sintamos perdidos ante esa maraña de destrucción y sinsentido frente a la que ya por desgracia y en muchos momentos parecemos haber sucumbido.

L'Aínsa al alba ya mostraba algunas de las siluetas que iban a acompañarnos más cerca o lejos durante toda la carrera: Peña Montañesa y Monte Perdido, iconos del Sobrarbe y de los Pirineos (siempre en plural) por derecho propio. El cielo amanecía claro, sin atisbo de nubes, la temperatura parecía perfecta. Después de los últimos meses sólo cabía esperar que esta aventura llegase a su cenit. El tiempo no sería ningún impedimento. Atrás parecía quedar la sombra negruzca de la lesión sobrevolando el firmamento durante las últimas semanas como el ave carroñera que es, siempre al acecho del más mínimo error, del más leve síntoma de debilidad por parte de sus ansiadas presas. Imposible no sentirse humano, demasiado humano, encontrándose tan lejos y alto Monte Perdido, siendo tu primera carrera larga por montaña, rodeado de gente seguramente mucho más y mejor preparada.

Ese amigo de Botorrita que desde el principio empuja hacia la cabeza de carrera, compañero de trabajo y de fatigas con el que escasamente un mes antes nos estrellamos contra el Portiello de Tella, convertido entonces en un frontón de ventisca y niebla; esos otros compañeros: catalanes con la lesión ya instalada en el interior de sus piernas pero todavía capaces de llegar a meta, amplios conocedores y amantes de esta comarca y de estos valles, un ex-jugador de balonmano de Elgoibar y vencedor, en el que seguramente haya sido el partido más difícil de su vida, de ese terrible rival que es el cáncer. Aquellos y aquellas que van en carrera, delante o detrás, primerizos o no, con los que la fraternidad habría seguido siendo la única constante, el único leitmotiv, entre nuestros pasos solapados. Sentirse arropado cada avituallamiento, siempre empujado. Gracias a la organización y a los colaboradores el alimento con el que recuperar fuerzas y la bebida con la que poder refrescarse vencen la barrera que impone su propio armazón físico.
Echarte a un lado, dejar paso, para al rato volverlo a encontrar, apartándose esta vez él a un lado. La pregunta, unas veces evadida, otras taxativamente contestada, del “¿Cuánto queda?”. Y esos gritos de ánimo siempre exultantes, a veces repletos de júbilo, tras dejar atrás a un compañero, también tras ser rebasado. Soldados en nuestra propia batalla, combatiendo contra nosotros mismos para lograr la consecución de nuestras metas, sean éstas las que sean, y enarbolando sin titubeos el tesón como única bandera.

Mientras, desde la Cruz de Guardia el cuerpo anda agitadamente buscando la Bargasera y algo más lejos el Mont, en su descenso a Serveto, tiernos bocados de infancia a los que miro con la misma confianza y lealtad desde hace ya largo trecho. Alejado ya el incesante acoso de la pájara lanzo esas loas interminables de gratitud hacia mi pareja y familia mientras cada latido deja atrás varios escollos burlando el siempre temible traspiés, antesala de una caída que había conseguido esquivar a duras penas en el tortuoso descenso hacia Bielsa.
El cuerpo, sorprendentemente cicatrizado de la profunda incisión que ha supuesto el segundo gran puerto, donde el último tramo de bosque se abría ante mis ojos con poca definición, de forma desenfocada, se abalanza hacia el valle buscando el acomodo de una banda sonora que bien podría estar compuesta por melodías de sintetizadores que se elevan altivos entre sugerentes notas ambientales, suspendidas en el tiempo, intentando vanamente contenerlo. Algo así como un “Al filo de lo imposible” donde la voz en off emerge del crepitar de estos senderos teñidos de rojo y blanco del Sobrarbe, y, que hoy, gracias a esta carrera, han resurgido merecidamente de las cenizas a las que parecían haber sido vilmente condenados. Y donde cada uno, explorador romántico en el destierro al que le ha conferido este siglo, con mayor o menor fortuna, osa buscarse a si mismo.

Y en este humilde homenaje a las montañas (y al Sobrarbe) y a la relación de la humanidad con ellas, merced a esta carrera, resulta inevitable que se alce en mi mente la siempre presente figura del pastor con el can d'aturar, como cuando hace escasamente poco más de un mes un pastor de San Juan de Plan vio como un rayo fulminaba prácticamente a la tercera parte de la totalidad de la cabaña. La heroíca lucha en defensa de la democracia durante más de dos meses de más de 7.000 combatientes de la 43 división, siempre en inferioridad tanto numérica como armamentística, y que nunca me cansó ni cansará oír en boca de paye (mi abuelo): uno de sus protagonistas.
La voluptuosidad de unos ríos, como el Cinca, al principio, y el Cinqueta, después, que este año han arañado los blancos vestidos de unas montañas tomándose su tiempo, en ese eterno y sofisticado juego de seducción al que el calentamiento global parecía habernos desacostumbrado en ésta, que son otras tierras. Colladas, tucas, tozals, leras, conchestas, ibons, el aragonés nuestro y mucho más el de nuestros abuelos asomándose a duras penas (demasiadas litz, muchos esvanzazos que no pudimos, o no quisimos, o no supimos limpiar) por las diferentes vertientes en forma de los distintos dialectos: belsetán, chistabín, patués, fobano...


Y citar a Nietzsche, guerrero eterno y enamorado de las montañas:

Vosotros miráis hacia arriba cuando buscáis elevación, yo miro hacia abajo, porque estoy elevado. Decidme, ¿quién de vosotros puede reír y a la vez estar elevado? El que asciende a las más altas montañas se ríe de todas las tragedias: de las del teatro y de las de la vida.”





A Cristina. A mis pais. A mis payes.

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