Correr en la montaña.
Quizá sea algo así como el gusto por tornarse etéreo, por
difuminarse entre los pliegues de valles y cumbres, no para dejar
de existir, si no para ante nuestros ojos hacerlo junto a la
naturaleza de una forma más preclara, conformando así un único
contorno ante la perenne estanqueidad del horizonte... lienzo de
brillos y tonos zigzagueantes siempre en permanente escapada.
Abrazar el carácter
efímero de nuestra vida a aquellos hitos que nos hacen seguir la
marcha y evitar que nos sintamos perdidos ante esa maraña de
destrucción y sinsentido frente a la que ya por desgracia y en
muchos momentos parecemos haber sucumbido.
L'Aínsa al alba ya
mostraba algunas de las siluetas que iban a acompañarnos más cerca
o lejos durante toda la carrera: Peña Montañesa y Monte Perdido,
iconos del Sobrarbe y de los Pirineos (siempre en plural) por derecho
propio. El cielo amanecía claro, sin atisbo de nubes, la temperatura
parecía perfecta. Después de los últimos meses sólo cabía
esperar que esta aventura llegase a su cenit. El tiempo no sería
ningún impedimento. Atrás parecía quedar la sombra negruzca de la
lesión sobrevolando el firmamento durante las últimas semanas como
el ave carroñera que es, siempre al acecho del más mínimo error,
del más leve síntoma de debilidad por parte de sus ansiadas presas.
Imposible no sentirse humano, demasiado humano, encontrándose tan
lejos y alto Monte Perdido, siendo tu primera carrera larga por
montaña, rodeado de gente seguramente mucho más y mejor preparada.
Ese amigo de Botorrita
que desde el principio empuja hacia la cabeza de carrera, compañero
de trabajo y de fatigas con el que escasamente un mes antes nos
estrellamos contra el Portiello de Tella, convertido entonces en un
frontón de ventisca y niebla; esos otros compañeros: catalanes con
la lesión ya instalada en el interior de sus piernas pero todavía
capaces de llegar a meta, amplios conocedores y amantes de esta
comarca y de estos valles, un ex-jugador de
balonmano de Elgoibar y vencedor, en el que seguramente haya sido el
partido más difícil de su vida, de ese terrible rival que es el
cáncer.
Aquellos y aquellas que van en carrera, delante o detrás,
primerizos o no, con los que la fraternidad habría seguido siendo la
única constante, el único leitmotiv, entre nuestros pasos
solapados. Sentirse arropado cada avituallamiento, siempre empujado.
Gracias a la organización y a los colaboradores el alimento con el
que recuperar fuerzas y la bebida con la que poder refrescarse vencen
la barrera que impone su propio armazón físico.
Echarte a un lado, dejar
paso, para al rato volverlo a encontrar, apartándose esta vez él a
un lado. La pregunta, unas veces evadida, otras taxativamente
contestada, del “¿Cuánto queda?”. Y esos gritos de ánimo
siempre exultantes, a veces repletos de júbilo, tras dejar atrás a
un compañero, también tras ser rebasado. Soldados en nuestra propia
batalla, combatiendo contra nosotros mismos para lograr la
consecución de nuestras metas, sean éstas las que sean, y
enarbolando sin titubeos el tesón como única bandera.
Mientras, desde la Cruz de
Guardia el cuerpo anda agitadamente buscando la Bargasera y algo más
lejos el Mont, en su descenso a Serveto, tiernos bocados de infancia
a los que miro con la misma confianza y lealtad desde hace ya largo
trecho. Alejado ya el incesante acoso de la pájara lanzo esas loas
interminables de gratitud hacia mi pareja y familia mientras cada
latido deja atrás varios escollos burlando el siempre temible
traspiés, antesala de una caída que había conseguido esquivar a
duras penas en el tortuoso descenso hacia Bielsa.
El cuerpo,
sorprendentemente cicatrizado de la profunda incisión que ha
supuesto el segundo gran puerto, donde el último tramo de bosque se
abría ante mis ojos con poca definición, de forma desenfocada, se
abalanza hacia el valle buscando el acomodo de una banda sonora que
bien podría estar compuesta por melodías de sintetizadores que se
elevan altivos entre sugerentes notas ambientales, suspendidas en el
tiempo, intentando vanamente contenerlo. Algo así como un “Al filo
de lo imposible” donde la voz en off emerge del crepitar de estos
senderos teñidos de rojo y blanco del Sobrarbe, y, que hoy, gracias
a esta carrera, han resurgido merecidamente de las cenizas a las que
parecían haber sido vilmente condenados. Y donde cada uno,
explorador romántico en el destierro al que le ha conferido este
siglo, con mayor o menor fortuna, osa buscarse a si mismo.
Y en este humilde
homenaje a las montañas (y al Sobrarbe) y a la relación de la
humanidad con ellas, merced a esta carrera, resulta inevitable que
se alce en mi mente la siempre presente figura del pastor con el can
d'aturar, como cuando hace escasamente poco más de un mes un
pastor de San Juan de Plan vio como un rayo fulminaba prácticamente
a la tercera parte de la totalidad de la cabaña. La heroíca lucha
en defensa de la democracia durante más de dos meses de más de
7.000 combatientes de la 43 división, siempre en inferioridad tanto
numérica como armamentística, y que nunca me cansó ni cansará oír
en boca de paye (mi abuelo): uno de sus protagonistas.
La voluptuosidad de unos
ríos, como el Cinca, al principio, y el Cinqueta, después, que este
año han arañado los blancos vestidos de unas montañas tomándose
su tiempo, en ese eterno y sofisticado juego de seducción al que el
calentamiento global parecía habernos desacostumbrado en ésta, que
son otras tierras. Colladas, tucas, tozals, leras, conchestas,
ibons, el aragonés nuestro y mucho más el de nuestros abuelos
asomándose a duras penas (demasiadas litz, muchos esvanzazos
que no pudimos, o no quisimos, o no supimos limpiar) por las
diferentes vertientes en forma de los distintos dialectos: belsetán,
chistabín, patués, fobano...
Y citar a Nietzsche,
guerrero eterno y enamorado de las montañas:
“Vosotros
miráis hacia arriba cuando buscáis elevación, yo miro hacia abajo,
porque estoy elevado. Decidme, ¿quién de vosotros puede reír y a
la vez estar elevado? El que asciende a las más altas montañas se
ríe de todas las tragedias: de las del teatro y de las de la vida.”
A
Cristina. A mis pais. A mis payes.
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